Aunque el sábado por la mañana necesitaron unos segundos para calentar y sacar el carácter, desde que conocí a Alaitz y a Néstor tenían claro que querían hacerse un reportaje de novios, un reportaje post-boda. Lo hicimos unos cuantos meses después, en febrero, y hacía algo de frío por las mañanas, lo que supone la excusa perfecta para lucir ese pedazo de abrigo que no se pusieron en la boda porque hacía calor, o para sacar ese colorete natural que generaba el «what a fresh!» matutino en la cara, o para protegerse mutuamente del frescor característico del norte.

Además, la ausencia de muchedumbre a esas horas hizo que todos nos sintiéramos más libres, más relajados. En cuanto entraron en calor disfrutaron como si llevaran años haciendo reportajes.

El otoño y el invierno son momentos guays para la fotografía, no sólo por el cambio cromático característico de las zonas húmedas del norte peninsular, sino también por el tipo de luz que entra, siempre más filtrada que durante el verano, y más bonita.

En cuestión de dos horas y pico, terminamos. Fue fugaz, como si de un agradable y divertido paseo por un exótico jardín botánico se tratara (así fue, de hecho), y al recordarlo, puede que alguno hasta llegue a dudar si ocurrió de verdad y necesite volver a ver las fotografías 🙂

«Fin»